El flamenco, tal como lo conocemos hoy, es el resultado de siglos de evolución, pero sus raíces se hunden en una historia fascinante que aún hoy despierta muchas interrogantes. Las primeras referencias sobre lo que hoy entendemos como flamenco están llenas de misterio, especulación y, a menudo, contradicción. La génesis de este arte, particularmente la de sus elementos más esenciales como el cante, el baile y la guitarra, no tiene un origen único, y sus primeros vestigios se pierden entre la niebla de la historia.
Una de las primeras ideas más extendidas sobre el origen del flamenco apunta a que en sus comienzos solo existía el «cante», es decir, el canto flamenco, sin la presencia de la guitarra ni del baile. Según esta hipótesis, el primer «palo» flamenco conocido fue la toná, un estilo melancólico y profundo que parece haber nacido en el triángulo formado por Triana, Jerez y Cádiz, tres de las ciudades más emblemáticas de Andalucía. Este enfoque se basa en una interpretación de las primeras referencias documentales que hablan de un flamenco rudimentario, aún en su fase primitiva.
Sin embargo, una mirada más profunda a la historia nos ofrece una perspectiva distinta, y nos lleva a pensar que la danza fue en realidad la primera disciplina flamenca en desarrollarse. En particular, la obra La Gitanilla, de Miguel de Cervantes, escrita a principios del siglo XVII, aporta uno de los primeros testimonios literarios que menciona una joven bailaora, Preciosa, que podría haber sido una de las primeras figuras de lo que hoy entenderíamos como flamenco. En esta novela, Cervantes describe a Preciosa como «la más única bailadora que se hallaba en todo el gitanismo», lo que sugiere que el baile flamenco ya formaba parte de la cultura gitana de la época. Aunque La Gitanilla es una obra de ficción, el hecho de que Cervantes introdujera la figura de una bailaora gitana en su relato es una evidencia temprana de que el flamenco, en alguna de sus formas, ya estaba presente en la sociedad andaluza del siglo XVII.
Sin embargo, no podemos tomar como absoluto este dato. La naturaleza literaria de la obra le resta objetividad, y no debemos considerarlo como una prueba histórica incuestionable. A pesar de esto, otros documentos posteriores dan mayor peso a la teoría de que el flamenco comenzó con el baile, algo que no solo ha sido corroborado por estudios históricos, sino que también es respaldado por la tradición oral y la observación de los cambios estilísticos a lo largo de los siglos.
Hacia 1740, un manuscrito atribuido a un tal «Bachiller Revoltoso» revela una crónica sobre la nieta de Baltasar Montes, un gitano de Triana. Según el texto, la joven bailaora se presentaba en las casas de los nobles de Sevilla, acompañada de instrumentos de cuerda y percusión, lo que confirma que, al menos en ese momento, el baile ya estaba ligado a la música flamenca, aunque aún no se había consolidado la guitarra como instrumento esencial en la práctica.
El tema se enriquece aún más con las Cartas Marruecas de José Cadalso, publicadas en 1789. En esta obra, el autor describe una «juerga gitana» en un cortijo andaluz, organizada por un tal «Tío Gregorio», que evidencia la existencia de una música diferenciada en Andalucía, es decir, un tipo de música que, aunque aún incipiente, ya podría considerarse el precursor del flamenco.
A medida que avanzamos en la historia, el flamenco empieza a adquirir una forma más definida. Ya en 1820, un periódico de Cádiz menciona que el cantante Antonio Monge interpretará los cuatro polos (estilos) del flamenco en el Teatro del Balón: el de Ronda, Tobalo, Jerez y Cádiz. Esto demuestra que para principios del siglo XIX, ya se estaba consolidando una estructura estilística en la música flamenca, si bien la guitarra todavía no era un instrumento predominante. En 1885, el “Baile en Triana” descrito por Serafín Estébanez Calderón y la mención a la bailaora Sejuela en Sevilla nos dan una visión más clara del flamenco como lo conocemos hoy: un arte que ya incorpora la guitarra, el cante y el baile de forma interdependiente.
El punto de inflexión definitivo llega en 1882, cuando el erudito Demófilo publica su Colección de Cantes Flamencos, sentando las bases de lo que hoy conocemos como flamencología. Desde entonces, los estudios sobre los orígenes y la evolución del flamenco han tomado un rumbo más sistemático y riguroso, y la comunidad científica ha logrado determinar que este arte tiene más de dos siglos de historia.
En conclusión, las primeras referencias sobre el flamenco nos ofrecen una visión parcial, a menudo fragmentada, pero fundamental para entender cómo este arte ha evolucionado. Desde los primeros vestigios de cante solitario en el triángulo de Triana, Jerez y Cádiz hasta la incorporación del baile, la guitarra y la estructura estilística, el flamenco ha crecido de manera orgánica, alimentándose de las diversas culturas que coexistieron en el sur de España. Cada una de estas referencias, ya sean literarias o históricas, contribuye al fascinante tapiz que, con el paso de los siglos, se ha tejido alrededor de uno de los géneros musicales más emblemáticos y emocionantes del mundo.